and ne forthedon na

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viernes, 24 de febrero de 2017

(El cuerpo, ese dechado de tiempo, me dicta estas palabras, querido amigo -sólo puedo traerlas a esto y hacer como hacíamos -this serious play- , hacerlo, digo, memoria o, mejor, memoria de memoria, adieu).


Pierre Bourdieu (el sutil) declaró, con una precisión que lo enaltece, que ciertos malestares físicos, como el rubor, acaso el remordimiento o, por qué no, la culpa, son los signos corporales que advertimos al haber colisionado con ciertas configuraciones que nos estructuran (¿el poder?).

Ocurre, parece, porque en nuestro periplo por la vida social nos topamos con ciertas fuerzas que nos demandan tal o cual dirección (de modo totalitario), que nos impelen a hacer otra cosa, que nos desvían de nuestros apetitos, de nuestras afinidades, de nuestras simpatías, ay.

Yo me pregunto, si un simple rubor, si un remordimiento, son las señas físicas de un choque, qué tipo de señal es el dolor? El choque con qué fuerza provoca esto para lo que ni siquiera tenemos nombre? Nuestra lengua tiene una entrada (entry) para la pérdida de un padre –huérfano-, pero no la tiene para la pérdida de un hijo (cómo llamamos a eso?); tiene una entrada para la pérdida de nuestra pareja –viudo/a-; pero no la tiene para la pérdida de un amigo/a, ay. Qué Cosa es ésa que nos roba lo más amado y ni siquiera nos retribuye con un nombre (un sustantivo) que marque el campo donde fue (porque fue, ha sido)?

Quería dejar un registro (a la manera de un túmulo) de alguien para quien la sencillez (ese secreto nombre de la complejidad) y la ecuanimidad (en el sentido de Marco Aurelio) lo fueron todo. Adieu, querido. Las borrascas del tiempo se llevan tu nombre (no dudes que nosotros nos vamos del mismo modo). Ave.

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