Me preguntan por qué callo, ay. Digamos que estamos de duelo, digamos que el duelo exige un primer momento de silencio, de reordenamiento, de saber que nada en adelante será como era.
"El duelo consiste en ontologizar restos" (nos dice Derrida), esto es: en darles a las cosas irreparables que nos pasan su carácter de presentes, en "identificarlos como despojos y en localizarlos". En darles un lugar y un ser. Nada menos. Y volver a vivir.
Por eso nuestro aparente silencio. El duelo exige saber el quién y el dónde. Porque es necesario saber.
Porque el duelo habla de una presencia que se nos ha restado, que se nos ha quitado. De manera compulsiva, violenta, inesperada. Lo que me falta dónde está? Necesito saber.
Hoy, 1.000.000 compatriotas se duelen en estos términos. Han perdido algo, de manera irreparable (habrá que construir modos de devolución), y están de duelo. Quietos, sin reacción, como nosotros que también perdimos (hablo de la trama social).
Lo que no quiere decir que esa pérdida sea legítima o sea natural.
Cuando cese el duelo, algunos de ustedes van a tener que dar cuenta. Van a tener que dar cuenta. Se oye?
Porque lo que no puede detenerse son las fuerzas de la vida. Lo digo en un sentido nietzscheano o, mejor, griego: la categoría olvidada de lo dionisíaco. La irrupción irrefrenable de la vida que las fuerzas del orden, de la reacción, de lo establecido no cesan de querer frenar, inútilmente, torpemente. Porque somos, ay, somos.