and ne forthedon na

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martes, 20 de junio de 2017

Nunca más, Orfeo, conducirás los riscos, los árboles,
 encantados, ni los libres tropeles de fieras.

Nunca más el bramar de los vientos calmarás, ni el granizo,
o las rachas de nieves o lluvias, ni el mar estruendoso.

Pues te han muerto, Orfeo.  Te lloran las hijas 
de la Memoria, y en extremo tu madre Calíope.

¿Y qué logramos por nuestros hijos difuntos, cuando ni aun
los dioses tienen poder de librar a los suyos del Hades?

Anth. Pal. 7. 8

https://www.youtube.com/watch?v=cx2lJIOTBjs


Debajo: Muerte de Orfeo (Death of Orpheus) de Antonio García Vega


viernes, 9 de junio de 2017



Me preguntan por qué callo, ay. Digamos que estamos de duelo, digamos que el duelo exige un primer momento de silencio, de reordenamiento, de saber que nada en adelante será como era.
"El duelo consiste en ontologizar restos" (nos dice Derrida), esto es: en darles a las cosas irreparables que nos pasan su carácter de presentes, en "identificarlos como despojos y en localizarlos". En darles un lugar y un ser. Nada menos. Y volver a vivir.
Por eso nuestro aparente silencio. El duelo exige saber el quién y el dónde. Porque es necesario saber.
Porque el duelo habla de una presencia que se nos ha restado, que se nos ha quitado. De manera compulsiva, violenta, inesperada. Lo que me falta dónde está? Necesito saber.
Hoy, 1.000.000 compatriotas se duelen en estos términos. Han perdido algo, de manera irreparable (habrá que construir modos de devolución), y están de duelo. Quietos, sin reacción, como nosotros que también perdimos (hablo de la trama social).
Lo que no quiere decir que esa pérdida sea legítima o sea natural.
Cuando cese el duelo, algunos de ustedes van a tener que dar cuenta. Van a tener que dar cuenta. Se oye?
Porque lo que no puede detenerse son las fuerzas de la vida. Lo digo en un sentido nietzscheano o, mejor, griego: la categoría olvidada de lo dionisíaco. La irrupción irrefrenable de la vida que las fuerzas del orden, de la reacción, de lo establecido no cesan de querer frenar, inútilmente, torpemente. Porque somos, ay, somos.




Moneda (antigua)

Tiembla /
cuando no te odien, /

cuando la puerta del salón /
se abra para ti /
demasiado pronto. /

Esa mano /
que te acaricia /
es la de tu enemigo /

y la enorme boca del mundo /
que te besa ya te ha devorado. /

¿Acaso no has venido /
tú también a traer /
el escándalo y el fuego?

Reverso

Una noche mordí /
aquella pepita, /

el inconfundible /
gusto de mí mismo. /

Desde entonces huyo. /

¿Qué es ese temblor hacia el que corro, /
ese viento del que no sé, si es el ser o el no ser? /

¿Cuándo me vuelvo? /

Lamen mi cara las llamas /
De la ciudad incendiada.

H.A.Murena